«[…] A más de todo esto, mamá no me quiere / pues me está reprimiendo todito el día / que, por Dios, no haga versos, que eso es muy malo / que me quedo soltera, seguramente, si hago poesía […] Mas yo encuentro sin duda que es preferible / a una dicha pequeña ya realizada / una inmensa ventura, que nunca llega, / pero cuya esperanza mantiene el alma siempre
encantada.»
«MONÓLOGO», 1893.
Nace en Montevideo en el seno de una familia culta y adinerada, de origen luso-español. Es la
menor de tres hermanos, el segundo de los cuales muere poco después de nacer. Junto a
Carlos, el mayor, es educada en su domicilio. María Eugenia se siente atraída desde siempre
por la poesía, pero además estudia pintura, piano e idiomas. Aprende francés, inglés y alemán,
porque quiere comprender los clásicos que encuentra en la biblioteca familiar, entre ellos
Bécquer y Heine, a quienes admira. Los hermanos se mantienen muy unidos y viven una
infancia feliz hasta la adolescencia, cuando, en 1884, por cuestiones económicas, su padre se
traslada a Brasil, para no regresar y fallecer años más tarde en extrañas circunstancias. Esto
obliga a su hermano a salir a trabajar para sostener a la familia y a ella a quedarse en casa
cuidando de su madre, enferma «de los nervios», con quien no se lleva nada bien. Carlos, a los
veinticinco años, es ya un eminente catedrático de Filosofía en la Universidad de la República.
En 1893, con dieciocho años, María Eugenia hace su primera aparición pública como poeta en el Club Católico, leyendo un sorprendente «Monólogo» que, pese a su tono humorístico, deja
entrever sus críticas al imperativo masculino, rebelándose y planteando las dificultades de ser
poeta y mujer. Desde entonces, algunas de sus composiciones neorrománticas aparecen
publicadas en las revistas más afamadas, poniéndose de manifiesto la intensidad de su
sentimiento y la pulcritud en la composición. Poco después, se incluyen algunas de sus piezas
en compilaciones de poesía nacional. Años más tarde, escribe tres obras de teatro y compone
la música para algunas de ellas: La piedra filosofal (1908), Los peregrinos (1909) y Resurrexit
(1913), estrenándose todas con éxito en el Teatro Solís.
Sus versos despiertan interés y suscitan polémicas en el ambiente intelectual rioplatense. Se
transforma, poco a poco, en referente de mujer libre entre sus iguales. Delmira Agustini le dedica un poema por su forma inédita de tratar el amor como tema literario y Gabriela Mistral
la proclama «la maestra de todas nosotras». Su primer libro, Fuego y mármol (1903),
permanece inédito hasta su publicación póstuma. Allí expresa la fuerza del impulso erótico
contrapuesto a la pureza, para ella sinónimo o disfraz de la frialdad e indiferencia sexual que se
exige a la mujer honesta. Esta idea es recurrente y esencial en su poética. Desde 1905 se gana
la vida trabajando, primero como secretaria y luego como catedrática de Literatura en la
Universidad de Mujeres, y finalmente como profesora en educación secundaria, coincidiendo
en el Instituto Normal de Señoritas con Paulina Luisi y Enriqueta Compte i Riqué. El 2 de
febrero de 1914, en el festival aeronáutico del Centro Nacional de Aviación, se transforma en
la primera uruguaya en subir a un avión y sobrevuela los alrededores del Hipódromo de
Maroñas, en Montevideo.
María Eugenia obtiene un gran éxito en los salones burgueses no solo por su poesía, sino
también por sus composiciones musicales. La describen como melancólica, rara, ingeniosa e
irresistible por su inteligencia, y hay quien la compara con Oscar Wilde por su capacidad de
invención y agilidad en las respuestas. Bohemia e irreverente, pese a que está mal visto que
una mujer salga sola a la calle, ella lo hace, se divierte y se siente libre. No le interesa «el qué
dirán»; a menudo sale sin sombrero, gesto impensable en una «mujer de bien», y en una fiesta
llega a aparecerse con un zapato de cada color, afirmando ante el asombro de los testigos que
«yo no soy un pajarito, no debo mover mis dos pies al mismo tiempo».
En 1922, por su avanzada enfermedad maniático-depresiva, que también padece su madre, renuncia a sus cargos y, pese a que comienza un serio deterioro físico, no deja de escribir. Es
ingresada en un centro de salud mental de Montevideo y la medicación le provoca un fallo
renal que el 20 de mayo de 1924 causa su muerte, a los cuarenta y ocho años. En 1925 su
hermano publica La isla de los cánticos, poemario de 41 piezas que preparaban juntos para
editar y que refleja la singularidad formal de la autora: una síntesis del romanticismo tardío de
sus admirados Heine y Bécquer con los mejores hallazgos modernistas de Rubén Darío. En
1959 se publica una segunda obra, La otra isla de los cánticos.
Fue la primera mujer en Uruguay que cantó sus deseos y sus angustias sin exageraciones,
abriendo camino en castellano a la poesía femenina. A través de su obra desafió la dominación
masculina y fue libre de expresar el dolor de la soledad y las restricciones que se imponían a la
condición de mujer ante una sociedad patriarcal 35.